Ya nadie prestaba atención a nadie, era más importante darle cuidado al espacio. Yo sin embargo emprendí un recorrido de galerías circulares en las que convergían los vomitorios. Todo silencio, todo viento y calor de lo que estuvo circulando. Como si sacudieran de su celda de aislamiento a la soledad o terminase de desfilar una manada de bisontes ávidos.
Ahí en el eje quedaba mi infante organismo, vecino de la órbita que atrae al objeto devorado, transformado… porque su cargo es engullir el entorno con sus entes y después catapultarlo al infinito. La última planta era sombría, saturada de cal, colmada de polvo, con huellas humanas en forma de pies y manos hundidas sobre las paredes. Envoltorios, latas vacías, colillas, chapas, chicles, tickets.
Grada abajo se apreciaban olores a puchero. Según me desprendía dentro, iba creándose una ensalada sabrosa que a la vez importunaba aquellos sentidos atrofiados de hábitos inocentes. “¡Cuánta potencia!”, decía la voz por el megáfono de la planta supletoria, en aquel momento las pupilas interceptaron colores enérgicos e intensos por un laberinto que cacareaba sin detenerse, risas-ruido y bocas llenas.
Calidad, sólo pedía calidad cuando la naturaleza corrió el velo que dejaba vislumbrar el bien estar. Loco, preso, jadeante, odre, rabioso, alterado, ilusionado alcancé otro departamento plagado de textos, especies de manuales nunca vistos y citas de autores por todos lados. Entró una brisa templada de primavera que amortiguó el ardor. Por una microscópica puerta abordaron cientos de hormigas.
Se proyectaban imágenes como un caudal, en ellas se codeaban lienzos en primer plano con música orquestada, suave. Los insectos interrumpieron su camino para aguzar el oído y admirar el panorama. A mi se me espantó el alma, lo concebí. Vi toda clase de animales, toda variedad de objetos que nos hacen la vida más cómoda. Ya nadie prestaba atención a nadie.
Desde la campiña paré. El cuerpo quedó dentro de la mansión circular. Saludándome me provocó congoja. Rebusqué por todos los bolsillos signos, pero nada. Un carro de madera abandonado y carcomido transfiguró su estado en carreta nueva. Fuí toro en la Maestranza, gladiador en la antigua Roma, vecino de alquiler en Babel, actor trágico en una comedia Griega....